Para Favila, la luz sólo se entiende como una obsesión que capturar.
Sus colores ocres y marrones, propios de la tierra asturiana, la penumbra y las escenas interiores, han cedido a la pasión mimética por la luz levantina encumbrada por la pincelada larga, empastada y vigorosa de Joaquín Sorolla.
Una luz diáfana y transparente que abraza los colores de sus últimos trabajos orientados a las tierras de América, sus mares coralinos, la soberbia belleza natural y el calor de sus gentes.